Monday, October 01, 2007

"LA NOTICIA ME IMPORTA UN PEPINO"


Leila Guerriero, escritora
y editora de la revista “Gatopardo”





Escribió una novela “horrible” en tres meses para conseguir trabajo y el periodista Jorge Lanata apostó por su talento. Ha escrito en las principales revistas de habla hispana y publicó un libro sobre el suicidio de 12 jóvenes en la Patagonia argentina. De la escritura periodística y de la flojera de cronistas sobrevendidos, aquí saca el látigo y sus jazmines de calle Corrientes.


Por Rodrigo Quiroz Castro

"Afuera el viento era un siseo oscuro, una boca rota que se tragaba todos los sonidos: los besos, las risas. Un quejido de acero, una mandíbula". Con estas palabras, Leila Guerriero describe el pueblo Las Heras, un "cadáver de cemento" de la Patagonia argentina. De las entrañas de ese lugar salió la historia de 12 jóvenes suicidas que ella puso con maestría en el libro "Los suicidas del fin del mundo" (Tusquets, 2005). Una chica dark que se vuela la cabeza en su habitación, un profesor de inglés gay que dicta clases con los labios pintados, amigos colgados al amanecer, son algunos de los personajes que viven en sus páginas. Ahora, Guerreiro es editora de la prestigiosa revista "Gatopardo", pero su historia con las palabras se remonta a la época donde las casas olían a cera para piso de madera.


LA PIEZA DE LOS CACHIVACHES
"¡Nena! ¡Nena...!", dice el hombre quebrando la modorra matinal en la casa vieja de Junín, Argentina. La "nena" abre los ojos y ve al padre con un diario en las manos. "¡Salís en la contratapa...!", dice él y ella despabila y mira "Verano/12", el suplemento del diario argentino "Página/12". Desde esa mañana hasta hoy, sus historias se han desperdigado en prestigiosas revistas de América, como "Soho", "Gatopardo" "Rolling Stone" y "Paula".
Desde pequeña leía, escribía y recibía por vía oral los cuentos que narraba su abuelo sirio y su padre. Las historias de dragones mezcladas con algunos cuentos de "Las mil y una noches" y letras de Boris Vian, Kafka y Chéjov se convirtieron en el légamo de su oficio. "Tal vez, si me hubiera criado entre carpinteros hubiese sido ebanista. De chiquita me recuerdo escribiendo mucho, era fanática de la ciencia ficción, tenía un escritorio en mi cuarto con una tapa que se abría desde el clóset, había una lamparita y pasaba horas escribiendo, escribí una novela en varios cuadernos de una generación que vivía sumergida bajo tierra con historias de amor y heroínas".
Esas jornadas en Junín brotan cada cierto tiempo mientras camina por calle Corrientes. "Siento un empujón casi lisérgico en la casa de mis padres. Abro el placard y encuentro mis juguetes de infancia, no muñecas necesariamente, una estación de servicio de juguete, autos de colección, una Barbie. Ese lugar y la casa de mi abuela alemana me llevan a ese tiempo", dice Leila desde el teléfono con voz suave pero enérgica. Y la casa de su abuela Anie con la pieza de los cachivaches, los vitrales y la oscuridad, son fotos que vuelven con el olor a cera para piso de madera. "Ese olor y el olor de los jazmines de una florería de calle Corrientes cuando empieza la primavera, me llevan directamente a la infancia". A ese lugar donde comenzó todo.


MARGARITA X
Ser periodista no fue una posibilidad en su vida hasta que Jorge Lanata le ofreció un puesto en el diario "Página/12". Con una licenciatura en Turismo, dos años de Letras y un baúl de historias y poemas, llegó al mostrador del periódico. "En el diario salía un suplemento que se llamaba Verano/12 , salían textos de Cheever, Irving y adelante salía un pequeño recuadrito con un texto de un lector ignoto. Margarita X, de Salta , por ejemplo. Yo también era una desconocida...", dice. Con esa intención llevo el texto a "Página". Ahí la atendió José Luis, el recepcionista, quien le dijo: "No, querida, el suplemento ya está cerrado para todo el verano, el editor es Rodrigo Fresán, un tipo muy obsesivo con los cierres que trabaja con mucha anticipación, si querés dejalo a nombre de Jorge Lanata". Ella lo dejó y se fue pensando que un prócer inalcanzable como Lanata jamás iba a leer el texto.
Dos semanas después se vivió la escena que abre este artículo. Luego se comunicó con Jorge, quien le dijo que fuera a la capital para cobrar.
En esa conversación con Lanata, Guerriero movió bien sus piezas.
"Yo no voy a ir a Buenos Aires a vender tapados y a escribir en mis ratos libres".
Lanata reflexionó unos minutos, como Tony Soprano, y preguntó: "¿Tenés algo más?". "Tengo", dijo ella y volvió a Junín a escribir "una novela de porquería en tres meses". "El pobre debe haber dicho: a esta mujer hay que tirarle un cable porque si es capaz de encerrarse a escribir una novela en tres meses, aunque sea mala, algo tiene", dice ahora riéndose de la anécdota.
Después de eso le ofreció un trabajo con un buen sueldo para "Página/30", la revista mensual del periódico. Recién ahí el periodismo fue una posibilidad. La nena crespita también podía contar historias verdaderas.

FLOJERA E IMAGINACIÓN
Su primer artículo fue sobre el caos vial de Buenos Aires. Su editor le dio a leer "Crash", de J.G. Ballard. El libro no le sirvió para nada, pero descubrió que las técnicas narrativas las podía aplicar al periodismo. Luego, Fresán le devolvió un perfil de Ted Turner pidiéndole una estructura más visual en la narración. "Cambia de foco, pon la cámara en otro lado", dijo el autor de "Mantra", y el texto fluyó.
"Siempre escribí en revistas, estoy muy poco interesada en la noticia, la noticia me importa un pepino, digo en un diario donde no hay espacio para tratar otra cosa que la noticia caliente. Creo que hay que despertarse cada día y defender el espacio para contar historias largas", plantea.
Trabajando para revistas a Leila le ofrecieron ser editora de "Gatopardo". "No me siento editora, la redacción sigue siendo lo fundamental; cuando me ofrecieron ser editora en Gatopardo era especial, porque no tengo que estar en el día a día, tengo que estar atenta a los textos del cono sur, recibo propuestas de los colaboradores y propongo temas, hago un trabajo de edición muy obsesivo... lo que envío a México es lo que sale, la tarea de edición me interesa porque es Gatopardo y lo pensé bastante porque editar no es una idea que me agrade, soy periodista, no me considero una editora, soy una editora bastante hincha y obsesiva con los textos". Igual de obsesiva que con sus historias, las que escribe encerrada en su casa durante 10 días con 16 horas de escritura diaria. "Cuando recibo textos me doy cuenta que hay muchas desprolijidades y flojeras que me sacan de quicio, y si bien nunca pierdo la amabilidad, a veces el trabajo se transforma en algo pesado, porque veo huecos de información en todos lados ".
Y el trabajo en la "Gato" es un lugar privilegiado para medir los signos vitales de la crónica latinoamericana. "Hay buenas propuestas que sorprenden, hay mucha imaginación, veo también mucha reincidencia en los mismos temas de la pobreza, cierta fascinación por el lado oscuro, faltan historias, no diría optimistas, pero faltan historias de clases sociales que no estén sumergidas en el margen, la mayoría de las propuestas tienen que ver con cosas sórdidas. Hay muy buenos cronistas, pero pocos. Algunos no son tan buenos como ellos creen, hay excesiva confianza en el talento, en el zafar, hay flojera en el reporteo y la escritura, hay buenos cronistas, pero a algunos les falta este látigo del que hablaba Truman Capote, más rigor, desde el dato duro hasta la escritura".

TIERRA NEGRA

Leila existía publicando en revistas y llegó a su e-mail una gacetilla de una ONG con información del pueblo de Las Heras. Ahí se produjo el primer impulso eléctrico neuronal que le dijo acá hay una historia. "Era de una ONG llamada Poder Ciudadano, sobre jóvenes negociadores para resolver conflictos en Las Heras; me llamó la atención la descripción de la situación social, la violencia en las escuelas, embarazos adolescentes y en medio los suicidios, decían que eran 22 en un año".
Leila vio bajo el agua. Propuso la historia a "Rolling Stone", consiguió el visto bueno de su editor y pocos días después estalló la crisis de 2001. Ahí se funó todo, pero ella siguió su intuición y fue. "Cuando creo en una nota voy. Hice un primer viaje en marzo de 2002 y hasta el 2003 ningún periodista había puesto los pies ahí, Las Heras era un pueblo lleno de putas, iglesias, peluqueros extravagantes, profesores de inglés completamente gays que iban con los labios pintados al colegio, los suicidios (N. de la R.: fueron 12 finalmente), la gesta del petróleo que quedó allí interrupta, la cesantía, la brutalidad, la maldición de la belleza, la maldición del petróleo... le conté a un amigo lo que estaba observando y me dijo que era un libro". Con el material en la sangre, Leila buscó editores. "Me rechazaron en muchas editoriales, me decían que el tema de los suicidas era muy suicida". Hasta que siete meses después de dejar el libro le respondieron de Tusquets, antes ya había escrito un reportaje sobre Las Heras en "Gatopardo".
"Todavía hoy, cuando quiero evocar aquel aroma, la quemazón seca de la tierra en la nariz, el ardor del polvo entre los labios, el chicotazo de flores al viento, la sinfonía de cruces, me recito como un mantra: Un balde verde con tierra negra/ un recipiente con maiz quemado/ una bolsa de nylon, un cuchillo viejo/ y, presumiblemente, una paloma".
De dónde, de cuál de esas casas, esos burdeles, esas vidas salió tanta belleza, tanta imaginación".
Ese pasaje del libro "Los suicidas del fin del mundo" es una muestra de la calidad del trabajo de Guerriero.
"Es el oficio de cronista. Estar atento a todo lo que uno está viendo, leyendo u observando termina metido en lo que uno escribe. Y todo va encajando en la lógica de la crónica. Así salió ese pueblo perdido. En ese pueblo hecho de huesos, esa especie de cadáver de cemento, salió ese texto que aludes en una publicación local con la idea de dar una noticia, era casi una cosa de ficción, encontrar toda esa porquería en una noticia y transformarla en un hecho de la verdad, encontré cierta sensualidad en esas palabras, me pareció de una belleza siniestra y deslumbrante", dice.

Hay cierta maldad, como la descrita por Bolaño en "2666", en Las Heras. ¿Cómo te explicas con el paso de los años lo que ocurrió allí?

Es una pregunta que no hice nunca a los familiares, porque es reduccionista. Lo que pasó en Las Heras se explica por la cantidad enorme de cosas que se han naturalizado. Allá es normal tener familias fragmentadas varias veces o hijas que se quedaron embarazadas de sus padres, la sociedad está rota en la base, hombres solos que se quedan y arman familias, hombres que se van y luego llega otro que abusa de la niña o el niño más joven de la casa, no se toma el valor del daño que existe, es como el viento, está... Y todo eso es natural, hay resignación vital, hay hostilidad, alcohol, el infierno grande; muchos de los chicos que se quitaron la vida eran tildados de distintos, como la chica que se pegó un tiro en su habitación, era la chica dark del pueblo... Todo eso explica qué es lo que sucedió, podrían ser todas o ninguna de las anteriores, no te podría hablar de un mal metafísico.
Con el libro publicado, Leila tuvo feedback con algunos habitantes de Las Heras. Hubo rechazo de las autoridades y gente de la comunidad se sintió ofendida por la "intromisión". Pero no se registró ningún desmentido. A primavera del 2007, Guerriero no ha vuelto a la Patagonia. "Es un lugar desangelado, en general pongo distancia con las historias, no soy la típica periodista que hace una nota de mendigos y termina durmiendo con todos los mendigos en su casa", dice.
Ahora edita con obsesión de orfebre a sus cronistas de "Gatopardo" y en la cabeza bien oculta bajo su enredadera negra hay varios libros esperando. Se ríe al despedirse y no olvidará la expresión rayar la papa que apareció en la conversación. La última vez que supo de Las Heras fue en febrero de 2006. Estaba en Uruguay y una avalancha de e-mails la alertó sobre los nuevos sucesos del desolado sur argentino. Gente de Tusquets le informó que la noche anterior habían matado a palos a un policía de 25 años. Ella volvió a Argentina de inmediato y la entrevistaron como si fuera Maradona firmando por Boca Juniors. Fue la última vez que Las Heras saltó a la primera página de los diarios. LCD

El perfumista


El español Jordi Nadal y la artesanía de la edición





Este tipo puede convertirse en el “Gladiador” de Russell Crowe para explicarte cuándo atacar en el mercado editorial. Divertido y vulnerable, sabe tanto de Tolstoi como de diseño o formas de negociar en Nueva York. Estuvo en Chile dictando un seminario en la UDP y ésta puede ser su semilla o sus lágrimas.

Por Rodrigo Quiroz

"¡Miren qué cuerpo!¡Todo hecho a medida!"..., el profesor se palpa su anatomía y sigue frente a la clase: "Rasgado de ojos, ochenta mil. Tetas, dos. Setenta cada una (...) ¡cuesta mucho ser auténtica! Pero no hay que ser tacaña con nuestra apariencia. Una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma...".
Aplausos en la sala y el profesor Jordi Nadal sonríe luego de imitar a Agrado del filme "Todo sobre mi madre". También puede llorar empuñando el pañuelo a cuadros de su padre muerto o enumerar, al chasquido de sus dedos, los signos vitales de la industria del libro en Hispanoamérica.
Jordi Nadal (Catalán, 45 años) ha sido director de Edhasa, director editorial de Círculo de Lectores, Consultor en Random House, New York y director general del Grupo Plaza & Janés para América Latina, y estuvo en Chile hace unas semanas dictando un seminario en el Magíster de Edición que imparte la Universidad Diego Portales. Luego partió a Chiloé a estremecerse con Cucao. Ahora prepara Plataforma Editorial (ver recuadro), un nuevo sello que saldrá en los próximos meses al mercado.
Nadal tiene la cultura de Tolstoi y el ojo de halcón de un broker de Wall Street. En su cargamento de historias conserva la vez que se emborrachó con el Premio Nobel Joseph Brodsky en Barcelona: "Fumaba, fumaba y tosía mucho", recuerda, y si fuera militar, entre las condecoraciones de su blazer estarían la vez que Kapuscinski lo fue a ver a una exposición en Polonia, o las conversaciones que tuvo con Catherine Camus para obtener los derechos de Albert. "Haber leído y editado a Patrick O Brien (autor de "Capitán de mar y guerra"), haber leído muchísimo a Primo Levi, editar y publicar a Elie Wiesel", son otras de esas medallas invisibles.

GPS VITAL
En el mundo de la edición de libros ha hecho de todo. "Domador de leones, león, elefante, bailarina, enano, gigante, presentador, empresario, vendedor de tickets o limpiar el cuartel" y en esa búsqueda de textos y autores, su fórmula para elegirlos es clara:"Tiene que ser una obra auténtica, debes preguntarte sí has leído lo suficiente y lo suficientemente bien, después sólo hay dos tipos de libros, los buenos y los malos".
Para él las buenas lecturas son como "una estrella polar, un GPS que te dice por dónde tienes que andar y cómo te tienes que comportar mientras andas".
Ahora su GPS profesional está concentrado en la creación de Plataforma y el íntimo en ser un "buen padre, un buen amigo que es capaz de querer, dar y recibir confianza".
Para él en el negocio editorial y (en la vida) hay cuatro factores clave: talento, información, plata y suerte. "Aunque seas talentoso y trabajador hay que tener suerte. Hay que ser humilde para reconocer el factor de la suerte. Humilde viene de humus, que viene de tierra, de donde venimos y hacia donde volvemos. Todos acabaremos en un hoyo, sin duda alguna y eso debiera darnos decencia para vivir la vida con cierta honestidad. No quiero parecer un idealista, un ingenuo, un hippie o un tío profundamente espiritual o religioso con esto", dice y cita a Albert Camus para clarificar la idea. "Camus decía que la amistad era el obstinado deseo de transparencia que define la libertad, hay que ser obstinado en la necesidad de la transparencia, aunque sea muy incómodo hay que vivir con lucidez, aunque respeto a la gente que quiera vivir viendo programas idiotas en TV, lo entiendo pero no lo comparto, la lucidez es incómoda, es, como dice un amigo una mutación letal" .

GARBANZOS Y DISEÑO
Montando Plataforma, vulnerable, lucido, y terminando la clase con un poema de Jaime Gil de Biedma entre aplausos, Jordi dejó el país. En su billetera llevaba un cheque de 30 mil Euros partido en dos. Una amiga se lo dejó en el bolsillo de su camisa para montar su aventura y él lo conserva como un amuleto para recordar que debe estar a la altura de esa confianza. También guarda en su bolsillo un pañuelo a cuadros de su padre, quien era mecánico de un pueblo catalán. Sus ojos se llenan de lagrimas al recordar la vez que su viejo estaba en el ejército y tomó un permiso de 11 días para ir del sur de España a Cataluña con cinco kilos de garbanzos. Ese viaje confrontado con el presente, con la silueta de su hija en el supermercado eligiendo shampoos o muebles de diseño en Ikea, son otra lección: "Cuando enseño edición invito a la gente a reflexionar sobre la evolución de su sociedad, mi hija es experta en diseño y hace una generación, en 1942, mi padre pidió cinco kilos de garbanzos... cinco kilos de garbanzos. A veces, olvidamos de dónde salimos y cuánto esfuerzo han hecho para sacarnos de la pobreza quienes nos preceden, pero ahí está la amistad, la memoria y la voluntad de precisión, para no perder los orígenes".

Hace muchos años, Jordi fue al entierro de un chico joven, de un amigo. Y mientras se desgranaban los abrazos y condolencias, pensó que cada uno de los presentes eran una palabra y que la vida tal vez consiste en eso: en juntarnos para formar frases y después morir.


EL MÉDIUM

Plataforma Editorial nace en Barcelona y publicará en castellano. Quiere ser “una editorial divertida, humana, con sentido, humilde, ambiciosa, con voluntad cosmopolita para estar en Latinoamérica”. Publicará cuatro líneas, dos de ficción y dos de no ficción y saldrá al mercado en los próximos meses con el libro “La vida ante sí” de Romain Gary. Una novela sobre un niño huérfano de origen árabe, Momo, que es cuidado por una vieja prostituta judía. También Plataforma publicará novela policíaca y no ficción.
“Elegí este libro para comenzar porque es una metáfora que dice aquí estamos, viviendo… y seas el hombre más poderoso del país o uno de sus últimos personajes, todos estamos en este mundo y podemos tener un instante de gloria”.
Si un editor habla a la sociedad con sus publicaciones el mensaje de Plataforma es una invitación: “Me sumo al club de las personas que quieren pensar que en un mundo complicado y tenso, todavía es posible sentir ilusión, alegría, entusiasmo, respeto por el sentido, voluntad de placer, búsqueda de la autenticidad, confianza”.
Nadal como editor es un mediador y cada libro es un mensaje que quiere compartir: “lo único que tienes que hacer es una constelación de sentido”.

Monday, August 13, 2007

Vaqueros y duendes


LLEGÓ A CHILE “LIVE IN DUBLIN”, DE BRUCE SPRINGSTEEN

“The Washington Post” manifestó que era el mejor concierto de los últimos cinco años. Se trata de un disco doble donde el norteamericano hace un cruce de 23 canciones entre la tradición yanqui y la fiesta irlandesa.


Rodrigo Quiroz
Nación Domingo


Bruce Springsteen lleva jeans y chaqueta verde. Con una guitarra de palo en las manos escupe frases de púlpito, de bar, de carretera. Lo acompañan 17 músicos con violines, banjo, vientos y coros. Está en la tierra de sus ancestros interpretando parte del cancionero de protesta yanqui. Es una fiesta. La energía de la banda te puede llevar a la iglesia o a la montaña. O a la carretera que las une.

“The Boss” vuelve a disqueras locales con “Live in Dublin”, un disco doble (también hay un versión que incluye DVD que imaginamos increíble) grabado durante los tres conciertos que realizó junto a The Sessions Band en la capital de Irlanda durante noviembre de 2006. El material reúne lo mejor de su disco homenaje a Pete Seeger, “We shall overcome The Seeger Sessions”, canciones de su repertorio y temas tradicionales de Norteamérica.

Con matices y énfasis distintos en sus 34 años de carrera, Springsteen ha retratado la épica de la persona trabajadora de clase media. Esos millones de hombres y mujeres que aguantan horas en trabajos mal pagados y que de noche van a los bares. De esos hombres que esperan algo. Talvez descubrir el secreto de la existencia en el concho ámbar de un vaso de cerveza o entender por qué la palabra cielo es lo más parecido a la palabra mañana. De esos tipos y mujeres que aguantan al borde del camino esperando el autobús correcto.

Y su última entrega es una confirmación de ese ethos. Country con pimienta irlandesa, blues, shufle, gospel, vertido en canciones como Further On (Up the road) o Jacob’s Ladder, hacen que los 23 temas del disco grabado en The Point, el célebre auditorio de Dublín, sean un híbrido entre la tradición irlandesa y norteamericana. Entre fogatas en medio del desierto con coyotes y luna llena y praderas europeas con elfos y doncellas. Una mezcla que llevó a “The Washington Post” a describirlo como “el mejor concierto de los últimos cinco años”, o a “The Independent” a hablar de “un triunfo inspirador”.

QUE SE CREE DYLAN

Tuvieron que pasar más de 30 años para que el muchacho que escogió ser músico viendo las contorsiones de Elvis Presley en el show de Ed Sullivan, rindiera un tributo a Seeger. Un referente norteamericano que inició su carrera musical en 1940, al integrarse a las bandas The Almanac Singers (donde también participó Woody Guthrie, otro músico clave en el canto vernáculo de Norteamérica), y The Weavers. Su sello fue el compromiso social y la defensa a los derechos humanos, por esa razón, en los ’50, el Comité de Asuntos Antiamericanos puso precio a su cabeza y lo condenó a 12 meses de prisión y 17 de censura en los medios de comunicación.

Fiero opositor a la guerra de Vietnam, Seeger también es conocido como uno de los fundadores del Festival Folk de Newport, donde desenchufó la corriente en el concierto en el que Dylan decidió cambiar la guitarra acústica por la eléctrica.

“Bruce ha escogido un puñado de canciones clásicas americanas y las ha transformado en alta energía, en afirmaciones modernas y muy personales”, ha dicho Jon Landau, mánager del norteamericano. Y al escuchar el disco (si quiere ver un adelanto de las imágenes puede chequear YouTube), Bruce, de 55 años, parece un duende ebrio que regresa a casa, a las calles que sus abuelos recorrieron un siglo atrás, y lo hace con un regalo de otras comarcas, con las canciones que marcaron su juventud de cintillo y sudor.

Es difícil que “Live in Dublin” supere la euforia provocada por su disco “Live 75-85”, un volumen que a mitad de los ’80 recogía su trayectoria en vivo de un década, provocando colas de gente durmiendo en las disqueras. En Italia llegó incluso a desaparecer un trailer cargado con copias del “Live 75-85” en su paso por la frontera con Francia. En esta época de masacre en Irak, libre mercado, descargas en Internet y liquidaciones por TV es difícil que desaparezca un convoy con discos. Para esta era del individualismo somnoliento y sin catedrales, nos basta con un disco. Escuchar cómo gira en el equipo de música. Encender un cigarrillo. Esperar y dejar que “The Boss” entre.

Leonard Cohen y el hermoso fracaso de cada día


“James Joyce está vivo en Montreal y se hace llamar Leonard Cohen”, dijeron cuando apareció su primera novela. “Bob Dylan le voló la cabeza a todo el mundo, menos a Leonard Cohen”, dijo Allen Ginsberg. “Si no fuera Bob Dylan me gustaría ser Leonard Cohen”, dijo Bob Dylan. ¿Qué más decir? Cohen es un músico y poeta único en el siglo XX, que ha sabido unir en sus discos y libros el rigor, la mística y la lucidez impiadosa de la tradición bíblica con las miserias, las redenciones terrenales y la fe desesperada del amor a las mujeres. Ahora, su novia 25 años menor editó un disco con letras suyas, y a los 72 años el poeta de las almas desahuciadas y las sábanas revueltas la acompaña presentándolo. Luego de unos de esos recitales, dio esta entrevista imperdible. Como cada una de sus palabras. (Ah, además, por estos días se reeditan en Argentina sus tres primeros discos, remasterizados y con extras.)

ENTREVISTA PUBLICADA EN EL DIARIO ARGENTINO PAGINA 12

Por Mark Ellen
Leonard Cohen está viviendo un momento particular, tranquilo pero activo. Mientras una de sus canciones de los ’80, “Hallelujah”, ganó una segunda vida y se convirtió en el standard de oro para los cantantes que quieren probar su rango y versatilidad –desde Bono hasta Rufus Wainwright pasando por kd lang y Jeff Buckley–, él formó pareja con Anjani Thomas, una de las cantantes de su coro, y el año pasado ella encontró un pedazo de papel que inició el proyecto que ella está presentando en vivo, Blue Alert, un disco solista de Anjani con letras de Leonard Cohen y música de la cantante. Después de uno de esos shows, en Londres, cerca de Piccadilly –un show en el que Cohen subió al escenario para acompañar a su novia en una canción–, se hizo esta entrevista sobre el arte de escribir canciones. Cohen, estimulado con una taza de café, se ajustó su boina gris, sonrió y ofreció un montón de ingenio y concentración para cada respuesta.

Esto es lo que conseguimos.

Para muchos músicos, la composición empieza con una palabra o una imagen, o ven algo desde la ventanilla del auto y obtienen una frase o un título. ¿Cómo comienza el proceso para usted?–Todavía no aprecio el misterio del proceso, pero si supiera de dónde vienen las buenas canciones, ¡iría allí con más frecuencia! No tengo certezas sobre lo que es. A veces siento, cuando vuelvo anecdóticamente a la génesis de una canción, que alguien me da las semillas. Puede ser alguien que veo en la ventanilla de un autobús, o puede ser el mozo que me pone enfrente una taza de café. Parece haber una transmisión, un momento, y lo reconozco. Ese algo de alguna manera emerge del día sin sentido que uno generalmente vive y le habla a tu corazón de algún tipo de significado. Y algo empieza, y uno saca su pequeño anotador, como el que tengo aquí... (saca el anotador de un bolsillo interno).

¿Puede leerme un extracto?–(Lee.) Domingo 28 de enero, 2007, Air Canada 746.

Una respuesta un poco más prosaica de lo que esperaba.–No, estaba intentando identificar dónde estaba, creo que estaba volando de vuelta a Montreal –¡aunque es una buena línea!–. La pequeña stanza que escribí, era una especie de plegaria, dice... “Solitario por tu amor y nada más/ Toca mi corazón y cura esta soledad”. Eso fue sólo para no pelear con estos pequeños momentos cuando emergen. La mayoría de ellos no sobreviven.

Recuerdo que Elvis Costello me dijo una vez que, cuando tenía una idea para una melodía, llamaba a su propia casa esperando que nadie contestara, para cantar la melodía en su contestador automático. ¿Cómo recuerda canciones cuando le surgen?–Eso es bueno. No las recuerdo, mis dedos lo hacen. Cuando tomo la guitarra, ciertas secuencias que he olvidado re-emergen. Generalmente estoy trabajando en dos o tres cosas al mismo tiempo y escucho los tonos y la progresión. O trabajando en el teclado, algo se recuerda a sí mismo.

Muchos intérpretes y músicos tienen que habitar un personaje para poder actuar o componer, pero tengo la fuerte impresión de que mucho de lo que usted escribe es sobre su vida real.
–Lo es. Diría que lo es exclusivamente. Tengo una imaginación muy pobre y siempre me pensé como una especie de periodista reportando desde el lugar de los hechos lo más detalladamente posible. Creo que el trabajo de todo el mundo es enteramente autobiográfico. Es todo lo que en verdad tenemos –nuestras pequeñas vidas para proveernos de unos pocos momentos materiales anecdóticos de alguna significancia–.

¿Cree que nos hemos entrenado como sociedad para creer que la melancolía produce mejor arte?
–No hay demasiados géneros de canción popular, y creo que una de las cosas que todos amamos es una canción triste. No sé cuáles son las características, pero todos han experimentado la derrota de sus vidas. Nadie tiene una vida que haya resultado tal como la había pensado. Todos empezamos como los héroes de nuestros propios dramas en el centro del escenario e inevitablemente la vida nos mueve del centro, derrota al héroe, da vuelta la trama y la estrategia, y nos quedamos a los costados, preguntándonos por qué ya no tenemos un papel en la maldita cosa. Todos han experimentado esto, y cuando se nos presenta dulcemente, el sentimiento se mueve de corazón a corazón y nos sentimos menos aislados y nos sentimos parte de la gran cadena humana, algo que está realmente involucrado con el reconocimiento del fracaso.

Eso es tan cierto. El fallo es un lugar donde todos nos podemos encontrar.
–Es el único lugar, mientras tengamos la estrategia de la victoria. Sólo puede haber un victorioso.

Una vez usted dijo, memorablemente: “Hay una rajadura en todo, y de esa forma entra el sol”. Así que a grandes rasgos eso es lo que dijo antes: el mundo es un lugar esencialmente oscuro que a veces permite algo de esperanza.
–Bueno, es una carnicería.

¿En qué sentido?
–La gente se mata la una a la otra. La mayoría de la gente en el mundo tiene necesidades que no son satisfechas. La mayoría está lidiando con la enfermedad o el hambre. A mucha gente le están arrancando las uñas en calabozos o soltando bombas sobre sus cabezas, o están tratando de recuperar sus hogares destrozados y a sus parientes. Así que ésta (señala el estudio) es una posición muy, muy lujosa. La mayor parte del mundo no está tan ordenado como lo encontramos aquí en este momento, sentados haciendo una entrevista.

¿Y siente la responsabilidad de reflejar algo de eso en las canciones?–No creo que se pueda evitar. El disco que salió en el ’93, The Future –creo que escribí la canción en el ’89 o el ’90: “He visto el futuro, hermano, y es asesinato”. Desafortunadamente la profecía se hizo realidad. Cada vez más tenemos la sensación de que el contrato entre los seres humanos –el contrato esencial de alma con alma– se ha desintegrado y nos hemos quedado con una alternativa muy cruel.

¿Cómo se siente ir al pasado y cantar canciones escritas hace tanto tiempo?
–A veces parece que desde entonces todo ha sido cuesta abajo. Algunas canciones están bien, otras se destacan y otras no. Si uno ha trabajado en una canción y ella tiene cierta integridad estructural, aunque hayan pasado muchos años, uno puede encontrar su camino de vuelta a ella. Siempre me gustó la canción “Hey, That’s No Way To Say Goodbye” y la incluyo en los conciertos casi siempre. La línea de guitarra es intrigante y a los músicos les gusta tocarla: ésa es una canción a la que siempre encuentro el camino de vuelta.

¿Hay alguna regla de oro para la composición?–Hay una sola regla que ha significado algo para mí –y no necesita significar algo para los demás–. Cuando los compositores jóvenes me piden consejo, éste es el único consejo que les doy. Es: si se quedan con una canción el tiempo suficiente, va a dar su fruto. Pero lo de “suficiente tiempo” va mucho más allá de un período razonable. No es una semana o dos. No es un mes o dos. No es necesariamente un año o dos. Si una canción va a florecer, quizá haya que quedarse con ella años y años.

Eso es fascinante. ¿Cuál fue el período de gestación más largo de una de sus canciones?
–“Hallelujah” tomó al menos cinco años. Tengo cerca de 80 versos para ella. Hay dos versiones, de hecho; está la versión que John Cale usa, que es algo diferente de la versión de seis versos que grabé por primera vez.

Y está la versión de Jeff Buckley, que creo usa un verso menos que la suya.
–Sí, y pienso que también usa otros versos que le di a John Cale.

Es una idea maravillosa, una canción que podría tener vida propia en diferentes formas.
–La tiene. Sólo saqué los seis versos de los tantos que establecen una especie de coherencia para la canción. Pero hay muchos. El problema es que tengo que terminar el verso antes de poder desecharlo.

¿Por qué le tomó cinco años escribirla?
–Todas toman un tiempo largo. Y eso no es garantía de su excelencia. Tengo un montón de canciones de segunda línea que tomaron aún más tiempo.

Voy a leerle algo que kd lang dijo sobre “Hallelujah”: “Leonard Cohen te da mucho para saborear como cantante. Sus palabras nunca pierden sabor. Cuando las palabras tienen una metáfora profunda, se puede abandonar en cualquier punto”. No estoy completamente seguro de lo que ella quiso decir con eso, presumiblemente que, cuando las letras son tan profundas como las suyas, y con tanta resonancia, eso da mucha confianza a un cantante. Uno siente que ya tiene la atención de la gente porque está escuchando las palabras, así que se puede ir por la tangente e interpretar.
–Es muy amable de parte de ella que haya dicho eso. Yo estaba presente cuando hizo una versión de “Hallelujah” en un show de televisión de Canadá; fue tan emocionante que empecé a llorar. Y ella también.

Realmente tiene vida propia... la versión de Jeff Buckley, las de kd lang, John Cale, Willie Nelson, Fiona Apple... Creo que estoy en lo cierto si digo que hay una veintena de versiones ahora...–Hay más. Y hay más de ochenta versiones en vivo, algunas grabadas; la tocaron artistas como Bono y Bob Dylan.

¿Por qué esa canción en particular?
–No lo sé. Mi compañía discográfica la despreciaba cuando salió. No querían editar ese disco.

Eso parece inimaginable. ¿Qué dijeron la primera vez que les tocó esa canción?

–Se la toqué al señor Walter Yetnikoff, que era el líder de la compañía en ese momento. No dijo nada, pero yo asumí que iban a sacarlo; y unos pocos meses después llegó a mis manos un catálogo de Columbia con los próximos lanzamientos y el disco no figuraba en él. Tampoco me dijeron a mí que no iban a sacarlo.

¡Una falta de respeto en todo sentido!
–Bueno, todos los artistas tienen historias así. No es tan serio. Así que tuvimos que buscar una compañía pequeña que editara el disco; y lo sacó Passport, un pequeño sello de jazz de la época. Así que es un placer especial para mí que haya encontrado su camino hacia los oyentes.

¿Por qué tiene un atractivo tan universal? ¿Es porque se trata de áreas emocionales muy generales, como la desesperación, la envidia, la sospecha y la ira?
–Tiene un buen estribillo.

Y presumiblemente 80 rimas para la palabra “hallelujah”.
–Pienso que sí. Tengo varios anotadores gordos llenos de versos.

Elvis Costello dijo en una entrevista que sentía que hay sólo cinco temas en la canción humana, y eran: quiero a alguien, perdí a alguien, creo en algo, alguien murió y una novedosa línea de comedia como “¿tu chicle pierde el gusto durante la noche cuando lo pegás a la cabecera de la cama?”. ¿Cree que hay alguna verdad en eso?
–No lo sé. Podemos reducirlo a dos o tres o agregarle uno o dos, pero creo que el punto al que quiere llegar es que básicamente todos llevamos el mismo tipo de vidas y cuanto más claramente y deliberadamente y auténticamente una canción toca algún área que realmente toca nuestras vidas –que es ganar y perder, victoria y rendición–, mejor. En eso estaría de acuerdo con él. La música popular debe ser sobre esos temas.

Pero usted se las ha arreglado para ser popular y mantener una enorme profundidad y resonancia.
–Un tipo de popularidad. No una popularidad masiva. Fui muy afortunado. Quiero que mis canciones duren tanto como un Volvo. Las publicidades aseguraban que esos autos duraban como treinta o cuarenta años. Si una canción puede ser útil para un par de generaciones, es un sentimiento maravilloso.

¿Qué quiere decir con “útil”?
–Bueno, la canción popular es muy útil. Provee la banda de sonido para la seducción, la pérdida, el amor, para lavar los platos. Tiene un aspecto utilitario muy real. Eso es lo que amo, que la gente pudo usar las canciones como telón de fondo de momentos importantes en sus vidas.

Originalmente usted fue poeta, antes de ser compositor. ¿Cuál es la diferencia entre escribir poesía y poesía específicamente escrita para ser musicalizada?
–La mayor diferencia fue la pobreza como escritor y la comodidad como compositor. Nunca sentí que tuviera un espectro demasiado amplio. Sentía que estaba cultivando un jardín muy pequeño. Aspiraba a ser un poeta menor. Conozco la liga: uno está lidiando con las más grandes mentes que alguna vez hayan surgido. No es modestia lo que lo compele a uno a ver dónde está parado en este asunto. Intenté cultivar un rincón del jardín y lo hice lo mejor que pude, como novelista y como poeta y como compositor. Es un rincón limitado pero es el que conozco y es en el que he trabajado lo mejor que pude.

Usted dice “modestamente popular”, pero fueron discos fantásticamente influyentes. Recuerdo mirar la contratapa de Songs From A Room y pensar que ésta era la carrera más romántica que uno podría imaginar: si aprendiera a tocar la guitarra y fuera poeta, entonces una chica muy atractiva vestida sólo con una toalla podría estar sentada en mi habitación, posiblemente tipeando las letras que yo escribí. Creo que mucha gente se involucró en la composición por el excelente ejemplo que usted dio.
–(Sonríe.) Era muy buena la foto de contratapa de ese disco. No creo disminuir la empresa en lo más mínimo, y la influencia fue significativa en ciertas áreas, pero los álbumes no se vendieron ampliamente. Songs From A Room salió en 1968, algo así, así que el álbum ha vendido poco más de un millón de copias en casi cuarenta años. Creo que algunas cosas fueron estimulantes para otros autores, pero siempre sentí que la duración era parte de todo el proceso. La gente dice “¿Cómo anduvo tal álbum?”. Bueno, llegó a disco de oro, ¡pero le llevó cuarenta años! Lo que es maravilloso es que haya permanecido durante cuarenta años para poder ser disco de oro.

Usted no me parece una persona muy competitiva.
–Oh, lo soy.

¿Hay otros compositores que usted monitorea constantemente?

–No creo hacer algo tan salvaje como “monitorear”. La gente con la que creciste, los compositores de tu propia generación, por supuesto que uno está particularmente interesado en ellos. Y los de mi generación resultaron ser autores de una estatura inmensa –como Dylan, como Van Morrison, como Joni Mitchell y otros no tan conocidos como Phil Ochs, como Tim Buckley. Así que de ellos me interesan sus últimos ofrecimientos.

Hay una línea de Joni Mitchell que muchos compositores mencionan, Shades of Scarlet Conquering: “Vestida en ropas robadas ella está parada, de hierro y frágil/ Con su mano imposiblemente gentil y sus uñas rojo sangre”. Es sorprendente, ¿no?
–Ella es muy buena. Recuerdo que estuvimos pasando un tiempo juntos en Los Angeles y alguien me dijo: “¿Qué se siente vivir con Beethoven?”. Ella es una mujer muy dotada.

¿Y cómo se sentía vivir con Beethoven?
–No me gustaba porque... (ríe) ¿a quién le gustaría? Ella es prodigiosamente talentosa. También es una gran pintora.

Para escribir una canción, parece hacer falta la precisión de un novelista y el ojo de un pintor. Uno tiene un tiempo muy corto para contar su historia y dar una impresión.
–La intención es una parte muy muy chica de todo.

Déme una línea inmortal de una canción.–“The moon stood still on Blueberry Hill” (“La luna se quedó quieta sobre Blueberry Hill”) es una de las mejores líneas que alguna vez se hayan escrito en la música popular. Uno ve esa luna suspendida. Uno sólo quiere mirarla. Detiene los giros de la mente. Creo que lo que nos gusta de la música –y lo que nos gusta del arte en general, o lo que llamamos arte– es esa empresa que detiene los giros de nuestra mente. Porque siempre estamos como locos. Una buena canción, una buena letra, es una película: se focalizará y calmará y le dará significado a esta realidad completamente demencial en la que vivimos. Ya sea usando una aproximación muy compleja como la que yo uso, o una muy simple como la que usaría un cantante de blues, lo que le da vida a una canción y la lleva a casa, lo que la lleva al corazón, es un proceso que realmente no puedo penetrar.

Debe haber aprendido algo en sus cuarenta años como cantautor.–Se puede terminar una canción y puede tener una cierta existencia respetable, pero las canciones que realmente son redondas, las que uno intenta lograr todo el tiempo, uno no parece ser capaz de gobernar su aparición. Como el gran poeta canadiense Irving Layton escribió: “Hay trucos que todo poeta aprende, pero eso no es de verdad”.

Monday, July 23, 2007

¡Queríamos tanto al Negro!


A los 62 años, el padre de los personajes “Inodoro Pereyra” y “Boogie el aceitoso” murió producto de una enfermedad neurológica. Mercedes Sosa, Rodrigo Salinas y Luis Ignacio Aliaga lo recuerdan.

Rodrigo Quiroz
La Nación


Tenía que ser en Rosario. En esa ciudad de “Canallas” y “Leprosos” y del Café el Cairo. Ese boliche donde Roberto Fontanarrosa se reunía con amigos a conversar de fútbol, de mujeres, del absurdo de la vida, a cagarse de la risa. Ayer la versión digital de Diario Clarín lo puso en portada en la tarde: “Murió Fontanarrosa”. A los 62 años, una enfermedad neurológica que lo fue degenerando terminó con su existencia. En enero de este año, el padre de “Inodoro Pereyra” y “Boogie el aceitoso” -dos de sus alucinantes creaciones- había renunciado a dibujar sus historietas para el diario más importante de Argentina.
La negra Mercedes Sosa lloró ayer en TV al recordarlo. Daniel Divinsky, su editor de toda la vida y cómplice en la difusión de su obra en Ediciones de la Flor, viajaba entre lágrimas rumbo a Rosario, preparándose para enterrar a su amigo. Su hijo, Franco Fontanarrosa, extrañará su risa, sus ojos claros y seguro compondrá canciones con su bajo eléctrico para el padre muerto.
“El Negro” fue un dibujante y un escritor de excepción. Su vena futbolera (fanático de Rosario Central) se filtraba en gambetas callejeras, en dulce de leche, en las calles polvorientas que surcan la inmensa clase media latinoamericana. En esa capacidad milagrosa de reírse de los problemas, de la vida que te da patadas en el culo todos los días.
Siempre dijo que, entre Maradona y Tolstoi, se quedaba con el pibe de oro. Autor de relatos memorables como “19 de diciembre de 1971” (acaso el cuento de fútbol más emocionante de la historia), Fontanarrosa fue ante todo un contador de historias. “Yo soy un tipo que gusta de contar cosas. Soy un narrador. A veces empleo el dibujo y otras, la escritura, en muchísimas oportunidades mezclo las dos cosas en una historieta. Lo que tengo es una necesidad absoluta de contar”, dijo a este medio el 2003.
Pensar que ayer jugaba Chile y Argentina, seguro el negro lo hubiera sufrido. Y lo hubiera contado. Que es lo único que nos queda.

Los deudos

Tocayos en apodos, a “La Negra” Mercedes Sosa no le quedó más que asombrarse del poder de la muerte. Entre lágrimas lo describió en la televisión argentina como un “extraordinario y gran artista”, que “tenía mucho que dar todavía”. Acá en Chile, Fontanarrosa también tiene sus deudos. El escritor Luis López Aliaga, guionista de la serie “Huaiquimán y Tolosa”, destaca se lenguaje coloquial “y buen oído para rescatar el habla del argentino. En mis talleres siempre hablo de su cuento ‘Puto el que lee’, una frase que leyó en el baño y que decía era la mejor para empezar cualquier relato. Agarrando al lector de las pelotas”.

“Nooo!”, se desencaja al otro lado de la línea el artista de cómic Rodrigo Salinas. “Una pena, tremendo dibujante, gran humorista. Me encanta ‘Sperman’, ‘Semblanzas deportivas’, su trabajo con Les Luthiers y la novela ‘Best Seller’”. Al trasandino lo conoció en la presentación de una agenda en la Feria del Libro de Santiago. “Lejos, el argentino más gracioso que he escuchado, y eso es decir harto, porque los argentinos son muy graciosos. Fue el primer dibujante que me mostró que no tienes por qué tener un estilo preciosista. La historia está al servicio del dibujo y no al revés”.

Wednesday, February 14, 2007

Malas noticias


Los nuevos proyectos de la dupla Perut y Osnovikoff

En vitrinas tienen el DVD “Un hombre aparte”, la historia de Ricardo Liaño, promotor de boxeo loco que terminó sus días en medio de sus excrementos en una pensión de Mapocho. Ahora preparan “King Daniel”, la historia de un millonario jalero que se hundió haciendo un programa de TV, y otro proyecto con un antinoticiario que destripa la industria local. No cambie de canal.

Por Rodrigo Quiroz Castro

La miseria de Martín Vargas. Allende y Pinochet convertidos en niños. Nueva York de colores y lenguas como Babel. El promotor de boxeo Ricardo Liaño delirando en un pieza de Mapocho. Esas imágenes están en el portafolio de la dupla formada por Bettina Perut e Iván Osnovikoff, pareja de amantes audivisuales. Aquí el hombre revisa parte de su trabajo, dispara contra la televisión y el nuevo cine chileno.

Llegaron al boxeo por casualidad. Trabajaban con Silvio Caiozzi en el proyecto de Martín Vargas. Siguieron un año al púgil hasta que la vida, en los nudillos de un colombiano, lo noqueó. Ahí aprendieron a contar historias con una cámara. Nunca quisieron adular. “Era meterse en los espacios íntimos a contra pelo de la realidad”, dice Iván mientras engulle una ensalada césar en un café de Providencia. En los pliegues más turbios del boxeo conocieron a Liaño. Fue en el Caracol de la muerte. Un nido de ratas ubicado en calle Bandera entre Catedral y San Pablo. Antro de topless, delincuencia y tráfico de drogas. “También compra venta de oro”, acota Iván mientras recuerda que Liaño vivía en uno de los últimos pisos. En una oficina había un papel blanco. Con lápiz pasta estaba escrito AMB (Asociación Mundial de Boxeo) y al lado había una cama. Y el viejo con cara de papa, pocos dientes y menos pelo, hablaba de contactos europeos y mexicanos. De millones de dólares y la vez que trajo a Julio Iglesias a Chile. Eran más de 100 kilos de fracaso humano. “Vivía miserablemente. El contraste entre fantasía y realidad era notable. Era una metáfora del ser humano en general que funciona entorno a fantasías de sí mismo. Fantasías que se hacen pedazos”, dice Iván sobre “Un hombre aparte”.

MENOS QUE CERO

Y nunca han adulado. Han explotado la vanidad o la soledad de las personas, han ganado su confianza y han contado sus tragedias. En sus dos nuevos proyectos también hay personajes alucinantes. En “King Daniel”, que está en etapa de montaje, registran la historia de un aristócrata adicto a la cocaína que conocieron en Nueva York. Grabando “Welcome to New York” apareció un alemán millonario que quería hacer un programa de TV. Su idea era una mezcla entre los contenidos de la BBC y la visualidad de MTV. Daniel había decidido que su últimos 500 mil dólares los iba a invertir en su invento.

A la dupla el programa le importaba un rábano. Ofrecieron ayudarle con la condición de que se les dejará registrar el proceso. En el camino Daniel arrendó un loft e invirtió 12 mil dólares en equipos. Ahí la producción se le fue al carajo. Llegaron 10 minas a probarse como conductoras y “Daniel se insegurizó. Comenzó a jalar como enfermo, se autodestruyó y nosotros grabando el hundimiento hasta que paró y nos despidió”, dice iban sorbiendo un café.

El otro proyecto se llamará “Malas noticias”. Es un antinoticiario. “La realidad del periodismo televisivo”. Hicieron un casting para lector de noticias. Mientras la cámara muestra venas infladas por rating, se insertan reportajes en formato de cortometrajes. “Es un contraste entre la realidad contada por el periodismo y una mirada más allá de la publicidad”, dice Iván.

DERECHO AL PREJUICIO

Con la televisión también han coqueteado. “Estuvimos en el origen de ‘Mi mundo privado’, ganamos un fondo del Consejo del Audiovisual como directores pero después renunciamos con la sensación de que el canal adaptó demasiado el proyecto”, cuenta Iván con un dejo de bronca. “La forma en que la industria genera esos hábitos es como el niño que le dice al papa quiero caca y el huevón le da caca. Incluso los programas que sacan premios por ser los mejores también son malos. Los ejecutivos son de bajo nivel. Todo es muy charcha”, dice mientras un micro acelera por Providencia.

Se supone que el arribo de la televisión digital debiera abrir el espectro. Para eso según Osnovikoff “el Gobierno tiene que aprobar la norma que permite la multiplicación de las señales”. “Imagínate que se crea un canal nuevo y ponen a Ravani, ese canal es una basura. La situación no puede empeorar más. Lo único que puede pasar es que la calidad suba”, dice. Y la apuesta de la producción independiente está en contra de la norma norteamericana. Que haría que en vez de una señal, los actuales canales tengan cuatro o cinco. “La japonesa y la europea, son más democráticas”, dice.

El nuevo cine chileno tampoco se salva de este amante del pensamiento de Peter Sloterdijk y del cine del austriaco Ulrich Seidl, conocido entre otras cosas por su película documental “Animal love”, sobre humanos que aman animales con besos con lengua, caricias y otros ronroneos.

“Imagínate que ‘La sagrada familia’, la mejor película del año, es una película que ataca la Iglesia. Que a esta altura es una institución que se marca sola. Es una película que tiene problemas, hoyos, líneas narrativas que deberían estar fuera. Se nota que es una tesis estudiantil”, dispara.

-¿Viste “Fuga” y “Se arrienda”?

-No. Tampoco las vería. No me interesa Fuguet ni menos una película con Benjamín Vicuña

-Son prejuicios…

-Sí, uno tiene derechos al prejuicio. De Chile me interesa Carlos Kleim, Ignacio Agüero o proyecto Arcana.

-¿Y Scorsese o Eastwood?

-“El aviador” es un bodrio.

-Pero tienen películas notables

-Tal vez, pero “La conquista del honor” de Eastwood es una basura, llorona, es un pegoteo.

- ¿Y Tarantino?

-Si lo comparas con Spielberg es interesante, pero tampoco deja de ser un adicto a la cocaína que no se sale de la trampa del efecto. Comparado con “Animal Love” de Seidl, Tarantino es nada. LCD

Monday, February 05, 2007

Santiago peinó la muñeca


Durante tres días una marioneta nos hizo soñar con rinocerontes, jugó con nosotros y nos convirtió en niños. El espectáculo que hoy cierra el Festival Santiago a Mil sacó de sus casas a más de 300 mil personas. Aquí un recorrido por las calles de la fiesta.

Por Rodrigo Quiroz / Julio Saavedra

Hasta los guarenes del Mapocho salieron de sus escondites para deleitarse con el paso de la “Pequeña Gigante”. La cara de culo de los transeúntes de Santiago se transformó por tres días en un semblante alegre, tocado por la sorpresa y la magia. La fiesta comenzó la madrugada del miércoles con el hallazgo de micros amarillas volcadas frente a La Moneda. El jueves, los medios de comunicación recogieron caras atónitas de ciudadanos contemplando el “accidente” y la máquina del chamullo chilensis no defraudó: “Es una protesta por el Transantiago...”, dijo la gallá. Ese mismo día, la complicidad entre el espectáculo de la compañía francesa Royal de Luxe y la prensa inyectó fantasía en la gente. Todo el “caos” lo había producido un rinoceronte perdido.

El viernes en la mañana, su dueña –una encantadora muñeca de siete metros de alto– salía a la calle a buscarlo.
Y todos nos buscamos en el asfalto. Porque en el Mercado Central, la masa humana esperó bajo un sol implacable que la Gigante abriera los ojos y se levantara de su silla playera. Los niños trepaban a las rejas del puente de fierro que cruza el oscuro río. Las madres, con sus crías en los hombros, preguntaban: ¿la viste? Algunos lanzas fumaban paraguayo esperando una víctima, los ambulantes ya vendían fotos de la muñeca a luca y los galanes de la Vega dedicaban a las muchachas bellas el piropo perfecto: “Usted sí que es una muñeca”.

Antes que la Presidenta Michelle Bachelet despertará a la “Pequeña...” y que los liliputienses movieran los hilos de su cuerpo, el espectáculo callejero ya había convertido al público en otro espectáculo. Cuando la marioneta se paró por primera vez, el sonido fue un túnel de emoción similar al que se experimenta en la grada de un estadio de fútbol a torso desnudo. Las micros de Carabineros nunca tuvieron tanto pasajero voluntario por la altura de su piso.

Entonces, todo se convirtió en el caos con más ojos brillantes de la historia. Las carreras de los periodistas se mezclaban con los miles de fotógrafos amateurs que seguían a la Gigante a una plazoleta de Recoleta, donde la visita ilustre durmió una siesta y orinó antes de partir a Plaza de Armas.

A esa altura, el teatro se confundía con las artes visuales por la intervención de la ciudad, que se convertía en un territorio mágico, transformándonos a todos en parte de una leyenda. “Es lo mismo que ocurrió con los desnudos de Tunick o la visita del Papa, porque toda la ciudad gira en torno al evento. La muñeca nos ocupa y juega con nosotros. Es la contrapartida de la televisión, que provoca el mismo efecto, con la diferencia que la muñeca te obliga a salir a la calle y a encontrarte con el resto, te obliga a ser multitud”, dice el siquiatra y teatrero Marco Antonio de la Parra.

SUEÑO GIGANTE
Rumbo a Plaza de Armas, la muñeca meció en sus brazos a 20 niños del público. Parecía que Dios hubiese puesto su dedo en la frente de los pendejos. La gente aplaudía agradecida por el pedazo de cielo que unos franceses locos le regalaban. “Esto es similar a algo que es muy ajeno a lo nuestro: el carnaval. Nosotros no tenemos carnaval, no tenemos una fiesta que irrumpa en la ciudad y transforme el espacio. Y ahora la ciudad se enrareció, se volvió delirante”, dice De la Parra mientras camina por la misma con unas sandalias de cuero.

En el kilómetro cero del país, la muñeca se elevó en los aires y danzó provocando ojos de piscina en la gente a punto de lagrimear. Un borracho bailaba a torso desnudo mientras la banda que acompaña el show tocaba un ritmo funk con coros africanos.

El crepúsculo se apoderaba de Santiago y Pedro de Valdivia no podía creer que una micro amarilla descansara a su pies. Bajo la silueta de la Catedral de Santiago recortada bajo la bóveda del cielo, la marioneta se preparó para el descanso. Su catre color mostaza y una camisa de dormir azul la envolvieron en un dulce sueño. En la madrugada del sábado, la gente siguió contemplando a la Gigante. Su sonrisa, los movimientos de su pecho y el ronquido de oso que salía de sus pulmones invisibles, tuvieron retinas en vilo durante toda la madrugada.

La historia de la niña que perseguía al rinoceronte nos convirtió en leyenda. Las calles ya no eran sólo la escenografía de nuestras frustraciones y fracasos, era un territorio mágico.

“Estas intervenciones sanan a la ciudad, producen una maravilla que todos agradecemos. Uno es parte del espectáculo, y además hay gratuidad absoluta, la muñeca es violentamente democrática, no hay manera de lograr un asiento, no hay manera de conseguir una entrada...”, dice De la Parra, almismo tiempo que un vagabundo y su perro miran dormir a la Gigante que nos convirtió en niños. LCD

Tuesday, January 02, 2007

DESCANSA EN FUNK


JAMES BROWN: EL RITMO DEL INFIERNO

Como esos niños vagos del Mapocho, el músico consiguió lo mismo que Maradona. Vencer el destino a punta de talento, instinto, cocaína y música. Murió el lunes pasado y su historia se convertirá en película en el ojo de Spike Lee. Acá un recorrido por su vida convulsa como el siglo XX y explosiva como el sexo bajo un puente.


Nación Domingo


Gabriela García / Rodrigo Quiroz Castro


Un adolescente negro corre por las calles de Augusta, Georgia. Acaba de robar en el lado blanco del barrio. Un policía tan amable como un funcionario de la Gestapo lo persigue. El chico jadea y sin soltar el botín se lanza a las aguas de un alcantarillado. Se sumerge entre la mierda y con un tubo de plástico respira. La policía lo busca, pero luego de un rato abandona la presa.

James Brown se asoma entre el estiércol y sale a la superficie. Observa con esa mirada que tienen los chicos maltratados por la vida desde antes de nacer.

Alguna de estas imágenes debe tener en mente Spike Lee, el cineasta de color que prepara una película sobre el cantante fallecido el 25 de diciembre. La cinta se rodaría el 2008 y el argumento contó con la supervisión del Padrino del Soul. Lee vuelve a sus raíces al ritmo de la África pisoteada en Norteamérica, con la historia de un ídolo exquisito e imperfecto. Porque Brown movió la sangre negra, lustró botas y bailó en las esquinas por monedas. Remeció al planeta, disparó al auto de su esposa, tocó piano a la luz de la luna, estuvo en cana, boxeó a Dios, folló bajo los puentes, abofeteó a sus mujeres y se drogó diciendo que prefería “morir de pie, que vivir de rodillas”.

BLACK DOG

El consenso dice que James Brown nació en mayo de 1933 cerca de Barnwell, Carolina del Sur. Ahí la pobreza era un fantasma que corroía los muros de su infancia. En una cabaña de madera ubicada en medio de un bosque desolado, comió y durmió en una sola pieza. Tocó las primeras notas de una armónica que le regaló su padre y palpó la soledad entre las sábanas.

El despertar de Brown a los cuatro años, no fue menos amargo. En el umbral de la puerta, divisó la sombra de su madre. “Tú te quedas con el niño”, murmuró la mujer antes de marcharse. No la vería durante 20 años.

Mientras el chico masticaba el abandono y saciaba el hambre con restos de comida, su padre talaba árboles para vender madera. Pero un día no volvió más.

Brown recuerda ese pasaje en la autobiografía “The Godfather of Soul”, escrita en 1986. “Quedarme solo en el bosque sin nadie con quien hablar, me enseñó a pensar por cuenta propia. Después de eso no importaba lo que me ocurriera: cárcel, problemas personales, acoso del gobierno, podía contar conmigo mismo”, sentencia.

En una entrevista Brown contó que sus padres “lo habían dado por muerto al nacer”. Y que fue su tía Honey quien lo salvó de la muerte dándole respiración boca a boca. La mujer se lo llevó a Georgia en 1938, donde dirigía una casa de juego. El muchacho creció en medio del humo y la resaca de soldados que se embriagaban de la cintura de alguna prostituta. “Era una casa de mala fama. Vendían alcohol ilegal. Buscábamos chicas para los soldados porque necesitamos dinero. Yo bailaba para ellos para ganar algunos centavos. Algunos dicen que era un delito. Yo lo llamaba supervivencia”, afirma el por entonces Pequeño Junior.

En esa época de burdel, la música le ayudó a encontrar una salida. Un chico llamado León Austin, le enseñó a tocar el piano. La única manera de tocar el instrumento era en la iglesia, así que Brown se ofrece para limpiar el santuario Baptista Trinidad antes de cada oficio.

El haz de luz atraviesa el polvo levantado por el niño negro que acaricia el piano. El Gospel y las palmas de la gente en trance fueron la semilla de su futuro espectáculo.

Cabrón con oído

Convertido en una especie de Robin Hood flaite, desvalijó coches de ricos. Lo habían expulsado del colegio por no tener ropa y su rabia la expía rompiendo vidrios y comprando pilchas.

A los 16 años es capturado y condenado de ocho a 16 años. “Si no educas a alguien, no le encierres por ser ignorante”, decía mientras la vida noqueaba sus ganas de convertirse en boxeador.

Llevaba dos meses en prisión y se había ganado el apodo de Caja de Música. En el comedor de la penitenciaría, los zapatos de los reos seguían el pulso de sus cánticos religiosos. Ese rito dio a luz a un grupo de Gospel liderado por Brown.

Los gendarmes miraban de reojo al ladrón que estremecía la cárcel de Augusta con su voz áspera y movimientos epilépticos. La música nuevamente sumó méritos a su expediente y gracias a los amigos y a la insistencia de su Tía Honey, fue puesto en libertad. ¿La condición? No volver a pisar Augusta.

En 1952, Brown tenía 19 años. Tras conocer a Bobby Byrd, forman la banda: “The Famous Flames”.

Los primeros golpes del púgil fueron al aire. En 1956 compuso “Please, please, please” pero las disqueras lo rechazaron. Decidió grabarla con la plata de su bolsillo ante la mirada desafiante de la industria blanca y reventó los rankings.

La carretera norteamericana fue testigo de la energía del Señor Dinamita. Se llamaba a sí mismo: “el hombres más trabajador del mundo del espectáculo”. Quería serlo todo: hombre de negocios, empresario y artista. “No quiero derechos sin dinero. Prefiero no tenerlos y comprarlos”, sentenciaba camino a convertirse en un cabrón, capaz de despedir a un baterista por ir a orinar al baño en la mitad de una grabación.

Los músicos sabían que debían fijarse en él cuando actuaban. Si se giraba y los veía mirar hacia otra parte, los multaba. La cantante Marva Whitney tuvo que pagar 75 dólares por tener el traje arrugado antes de una presentación.

Poder oscuro

En los ’60 se mudó a Nueva York y reventó el Teatro Apollo de Harlem. El púgil apareció en escena llevando una capa similar a la del luchador Gorgeous George. “Iba a ser bueno en lo que decidiera hacer. Pero oí gritar a las chicas cuando cantaba y me olvidé del resto”, afirmaba.

A esa altura el público negro ya había encontrado a su ídolo. La voz de Brown cantando “Dilo fuerte. Soy negro y estoy orgulloso”, se convertiría en himno. Su música acompañaba los cambios en la sociedad. En 1966, sus canciones toman ribetes aún más políticos cuando el activista James Meredith es asesinado por la espalda en su Marcha Contra el Miedo. James Brown estuvo allí para inyectar su “Get on the Good Foot”, contorsión parecida al ochentero moonwalking de Michael Jackson.

El funk y los derechos civiles iban de la mano. El hombre blanco incendiaba hogares y negocios de negros y la muerte de Martín Luther King (1967) dio paso a más violencia.

Brown sirvió como catalizador de los ánimos actuando en Boston. Su show fue transmitido por TV para que la gente se quedara en casa.

Otro capítulo clave de aquellos años es su viaje a Vietnam. Él quería cantarle a los soldados, pero el gobierno no quería darle más poder al lustrabotas de Georgia. “No fui a Vietnam a luchar, fui a ayudar a personas que quizá no volveríamos a ver”, decía. Tres presentaciones diarias en la selva oriental marcaron su viaje. El fuego y las balas refrendaban su visión de vida. “Voy a expresarme de una manera cruda y salvaje”, decía mientras EE.UU. enterraba muchachos caídos en la guerra.

Paga lo que debes

El rostro del “Padrino del Soul” (sobrenombre que se ganó luego de haber compuesto la banda sonora de la película “Black Caesar”, sobre la mafia negra de Harlem en 1973), poblaba la radio y la televisión. El mundo era un control remoto que él manejaba sin vacilaciones. Y sus coristas, amantes que el artista espiaba día y noche a través de una línea directa. A esas alturas, Brown había comprado una emisora, aviones y construido una casa discográfica. Pero la fama le había llenado los bolsillos de un dinero que no podría sostener por mucho tiempo. Fue acusado de payola. Y Hacienda comenzó a perseguirlo. “Primero debía dos millones de dólares, luego cinco. Tenía la sensación de que me vigilaban. Se llevaron todo. Confiscaron mis coches y mi casa. Pensé que era el fin del mundo”, reconoció.

Paralelamente al fracaso económico, la música disco invadió los locales nocturnos. El público ya no quería pagar la entrada de un show en vivo, sino sudar melodías envasadas. El showman sintió el sabor de la derrota en plenos años 80. Sufre la muerte de su primogénito Teddy en un accidente automovilístico y su segunda mujer lo abandona llevándose a sus dos hijas.

En vez de ahogarse en llanto, afinó su garganta y apareció como un predicador en la memorable película “Blue Brothers”. Actuar se convirtió en su terapia.

Tiempo después se casó por tercera vez. El matrimonio fue tormentoso y sobreexpuesto. En 1988 su mujer lo acusa de intento de homicidio en Carolina del Sur. Los cargos: disparar al coche de ella y atacarla con una barra de hierro.

Brown ignora la orden de detención y huye. Luego entra armado a un seminario sobre seguros. Un desfile de coches lo persigue por dos estados. La policía disparó 23 balas hasta pinchar las ruedas de su camioneta. Brown no aceptó los cargos de conducir drogado ni de oponer resistencia. Y su tozudez conllevó una condena de seis años en Georgia y en Carolina del Sur. “Si eres negro y famoso como yo, vas a la cárcel para servir de ejemplo. Fui a la cárcel. Y gracias a Dios pude descansar”, afirmó. Tenía casi 60 años. Lucía ojeras, pelo seboso y en su pecho, un letrero lo fichaba como el preso 6.413. Igual sonreía.

Brown fue liberado luego de dos años y medio. Sus años en la cárcel popularizaron su música entre la nueva generación del gueto: los músicos de hip-hop y rap. En los noventa sobrevive girando. Visita Chile (ver recuadro) y recorre el mundo usufructuando de su leyenda y sus escándalos.

“Donde me crié no había salida. Tenías que buscarte una. La mía fue crear a James Brown. La gente dice que tengo un gran ego. Necesitaba tenerlo para poder hacer algo con mi vida. Debo tener un ego ahora para decir: Sí, soy James Brown y aún me va bien”, decía.

EL ÚLTIMO GRITO

Dígale como quiera. James, Rey, El Padrino… el hombre dejó de respirar el 25 diciembre. Tenía 73 años. Mientras la humanidad festejaba la Navidad, el negro exhaló tres veces luego de decirle a su compañero de ruta, Charles Bobbit: “Esta noche me voy”. Después cerró los ojos y su mandíbula quedó tiesa.

Eran alrededor de las 1:45 de la madrugaba. Y en el hospital Emory Crawford Long de Atlanta, la noticia saltaba a las primeras planas del mundo. Una neumonía terminaba con las andanzas de Brown.

Tras la muerte, lo obvio. De Mick Jagger a George Bush entregando palabras de congoja y reconocimiento. El cadáver recién se enfriaba y su última esposa, Tomi Rae, era retratada en la puerta de su casa de Carolina del Sur llorando, ante dos gorilas que le negaban el paso por orden de los abogados del músico. No podía ser de otra manera. El escándalo hecho música. Su estatua de Augusta se llenaba de flores. El jueves era despedido por un mar humano en el teatro Apollo de Harlem. Sus restos vestidos en un impecable traje azulino recibían el adiós de su gente.

El viernes el cuerpo fue trasladado a Georgia, ahí sus cercanos lo despidieron en una ceremonia privada. Ayer era enterrado en el mismo pueblo donde robaba y se ocultaba en los alcantarillados. En medio de las exequias, el productor Brian Grazer confirmó que Spike Lee rodará un filme sobre su vida.

El director más militante del cine afroamericano tiene una tremenda historia entre sus manos. Ahora debe estar imaginando escenas. Un negrito patipelado deambulando con una armónica por el bosque. Hambriento, harapiento. Pies de oro. Energía cósmica. Balas, un micrófono antiguo. La mirada de un viejo pato malo que gobernó el planeta, que salió de la mierda de la pobreza bailando, que jaló cocaína como Pacino en “Cara cortada”, que sobrevivió y que ahora se llevó su fiesta al infierno.


Bestia negra: te vi el 97

Sergio Benavides


Enfermo trabajólico, acelerado, violento, machista y semilla fundamental del soul. Puro talento. Capaz de realizar 350 conciertos en el año. No se asqueó con el abundante trabajo, menos cuando recordaba que sus primeros morlacos los juntó revolver en mano y terminando en la comisaría. Chile fue testigo de dos episodios memorables de su histrionismo. En 1997 en el actual Víctor Jara y el 2005 en Viña del Mar. Ambos, mostraban el ocaso de un mito. Una bestia negra que necesitaba la amplificación al máximo de su garganta para no fallar en las tonalidades de su carraspeada voz. No desafinaba, el repertorio no exigía una elasticidad extrema. Su cuerpo si que sabía moverse, aunque no despeinaba ni uno solo de sus alisados crespos. Pero en lo musical los temas estaban acelerados, como tocados por Los Ramones. Vivía de la leyenda. La cadencia y soltura del funk desaparecían para dar paso a una orquestación evidentemente correcta, hablamos de James Brown, pero sobreexcitad, exigida, quizás como su vida personal, quizás para demostrar que el paso de los años no le había restado vitalidad. Exagerado. Pero así era él. Capa, vestido de rojo, exigente y soberano.

En 1997 hubo de todo. El artista fumaba habanos en los camarines y se rodeaba de cariñosas morenas y amistosos gorilas. En la cancha, una tipa bastante amplia conocida por un programa juvenil de esos años movía sus grandes caderas mientras en la tribuna gritaban los impacientes. Afuera el show no comenzaba todavía, adentro hace rato.

Solo hits. Uno tras otro. Todas parecían “I feel Good” y no lo eran. A cada rato Brown preguntaba “What time is it”. Y es que, más allá de evidente juego del show, en el concierto la hora parecía algo fundamental. Había que meter canciones, lanzar la capa, limpiar el suelo con la espalda y respirar unos minutos con los latidos del que fuera su primer sencillo “Please, please, please”. Una de las licencias más notables de la venida. La música se detiene y Mr Brown (como le gustaba que le llamaran) deja de solista a la más curvilínea de sus coristas. La pifiadera fue estruendosa cuando la cantante interpretó a capela el coro de “Will always love you” de Whitney Houston. Un desastre. Patético. El público que asistió era funkero, pero Brown no lo distinguió de sus habituales pasadas de Las Vegas. Pero se le perdona, como no, si la dinamita también gusta. Y fue uno de los padres, el tipo de artistas que pagan con su historia los errores de la vida.

Thursday, December 14, 2006

“Las fuerzas de orden actuaron como si fuesen de cartón piedra”


María José Ramudo, la periodista española agredida por pinochetistas


La profesional de Televisión Española (TVE) salió sin un rasguño de la agresión sufrida la madrugada de ayer mientras despachaba en Escuela Militar. A su país se lleva los sentimientos de odio y desesperación de los deudos del dictador.



Rodrigo Quiroz
La Nación


No hay contraargumentos. Alguien pensó que la agredieron por que dijo “dictador” en su despacho, pero nunca esa palabra salió de su boca. María José Ramudo fue insultada y agredida la madrugada de ayer frente a la Escuela Militar, mientras despachaba para Televisión Española (TVE).

“Es anómalo que un periodista dé una entrevista. Cuando eso ocurre es que las cosas no van bien. Se produce porque ha habido un problema en el ejercicio de la profesión, en la libertad de informar y ser informado”, dice.

Pero pasar de cachamales y botellazos esquivados (los periodistas de TVN Mónica Pérez e Iván Núñez estuvieron practicando este arte el fin de semana) a una agresión más fuerte, era sólo cuestión de tiempo. Y la imagen de un individuo arrebatándole el micrófono para iniciar sus propias transmisiones: “españoles, hijos de puta, españoles culiaos (...)váyanse a la mierda”, mientras la multitud gritaba “que se vayan los huevones”, es una de las postales deleznables que dejarán estos días extraños.

Bastantes horas después de sentir el “calor” del pueblo pinochetista, Ramudo sigue haciendo su trabajo. Son las 17 horas del martes y su pelo rojizo brilla bajo el sol. Es pequeña y menuda, pero sus huesos se adivinan firme bajo la carne y las ropas. Cerca de 5 minutos se demora en informar a los españoles. Ahora no hay masa vociferante, apenas unos pelados de negro que le piden “credencial” al reportero gráfico de este diario y la “rucia ultrapinochetista” que agredió a Cheyre y destruyó una oficina, descansa junto a dos abuelas, revisando la prensa.

ODIO Y DESESPERACIÓN


-Mientras hacías tu despacho de la tarde un muchacho te miraba con odio, tenía junto a su corazón una chapita de Pinochet y no más de 18 años...

- Hay odio y desesperación. Ellos tienen su universo, sus creencias y entienden cualquier disidencia como un signo de agresión, cuando no es así, pero es un problema de enfoque de ellos. Sus insultos no me molestan en lo más mínimo.

Sólo en Bolivia le había pasado algo parecido. Ahí le habían sacado en cara su nacionalidad por los 500 años de conquista. Pero no pasó de los gritos.Lo que más llama la atención de Ramudo no es la actitud del pinochetismo si no la “pasividad de Carabineros”.“Estos incidentes se producen en todas partes, pero si ocurren a la vista de unas fuerzas del orden que actúan como cartón piedra, como si fueran parte del decorado, es algo que no crees. No hubiéramos transmitido si hubiésemos sabido que Carabineros no iba actuar”, dice apurada por sus compañeros de equipo.

Mientras los periodistas guardan sus equipos, desde un bus que pasa por Américo Vespucio gritan “españoles culiaos”. Los hispanos no se inmutan. La única que reacciona es la “rucia ultrapinochetista” que interrumpe la lectura del diario para levantar su mano derecha enyesada. A su lado un vieja desdentada guarda su póster de Pinochet en una bolsa blanca. Ayer Carabineros informó que su institución actuó como corresponde. LN

Zapping al día D


CÓMO CUBRIERON LOS CANALES DE TELEVISIÓN LA MUERTE DE PINOCHET



A las 14:15 del 10 de diciembre se inició la carrera por quién informaba mejor. En general los cuatro canales estuvieron en pauta. Menos Canal 13, que mientras Mónica Pérez esquivaba botellazos en el Hospital Militar, tenía en pantalla a un campesino acariciando la panza de un caballo.


Rodrigo Quiroz
La Nación



La cobertura que hicieron los canales de televisión ayer refrendan lo que planteó Carlos Peña en una entrevista concedida a este medio en octubre pasado. El rector de la Universidad Diego Portales señaló la imposibilidad de reconstruir nuestra memoria porque el golpe de Estado “contradijo todo lo que habíamos creído siempre: una comunidad que cultivaba los valores republicanos y democráticos. Es a ese desajuste al que llamo deuda. La pregunta fundamental de por qué ocurrió eso (el golpe), no está respondida. Aún no somos capaces de incorporarlo y fuimos nosotros quienes lo hicimos, nosotros fuimos las víctimas y los victimarios”.

Y ayer las mujeres llorando y lanzando monedas a la prensa en las afueras del Hospital Militar y el chascón de barba que descorchaba una botella de champagne en el monumento de Salvador Allende en La Moneda, demuestran que hay deudas y fracturas que no se han reparado. Y la televisión se encargó de ponerle frente a nuestros ojos como disparos.

Las 14:15 horas del 10 de diciembre pasarán a la historia como el día de la extinción física de Augusto Pinochet.

A partir del momento en que el periodista Raúl Agurto, informara la noticia por Radio Cooperativa, los medios se lanzaron. Los cuatro canales instalaron equipos en el recinto militar y en Plaza Italia y la pantalla se llenó de mujeres, ancianas y dueñas de casa llorando con posters añosos de un dictador sonriente. En el hospital un energúmeno con polera de la Universidad de Chile tuvo su minuto de fama y un hombre de gafas oscuras, sin pelos en la cabeza y una guayabera celeste trababa de gil al periodista de TVN, Davor Guranovic. El gorila insultó al reportero por hacer su trabajo.

Hasta en la pantalla del Mega la muchedumbre pinochetista exhalaba odio. Y los conductores ancla de todos los canales saltaban del hospital a Plaza Italia, insertaban perfiles históricos del dictador, revisaban la prensa mundial, y entrevistaban a personajes de los dos bandos. En Baquedano la gente llenaba la calle de colores, torsos desnudos, autos tocando bocinas, cervezas y cánticos.

“Que lo tiren al Mapocho”

En Plaza Italia había alegría. Al caer la tarde la manifestación se trasladó a la Plaza de la Ciudadanía y ahí la cosa se violentó. Antes en el Hospital Militar, frente a Mauricio Bustamante y Mónica Pérez esquivando proyectiles, ocurrieron hitos. El primero fue la reiterada acción de bajar a media asta la bandera chilena. Un hombre primero y una mujer después, trataron de hacerlo infructuosamente. Hasta que a las 17:45 dos militares de mirada lúgubre bajaron la bandera en medio de los chillidos y los aplausos de la fanaticada. La llegada de una hija del difunto al hospital, las estupideces de Moreira frente a los micrófonos danzaban en las cuatro pantallas y en Plaza Italia el cancionero de protesta aparecía en boca de bardubos ebrios y gente gritando “que lo tiren al Mapocho”.

En general los cuatro canales estuvieron en pauta. Los únicos que pavearon fueron Canal 13. Alguien debería estar molesto en la estación. Alguien debería pedir explicaciones de por qué, mientras Mónica Pérez esquivaba botellazos en el Hospital Militar, la pantalla del canal Católico emitía un campesino acariciándole la panza a un caballo.

En medio de todo, la voz monocorde de Alejandro Guillier que se monta sobre esa otra voz que en los cines promociona las isapres. Mal. Menos mal que alguien interrumpió el regaloneo entre hombre y jamelgo del 13 y puso las cosas en orden con la vuelta a Plaza Italia, con declaraciones de Francisco Javier Cuadra y con Hernan Guiloff, presidente de la Fundación Pinochet, diciendo que había muerto el arquitecto del nuevo Chile.

Hacia las ocho de la noche se registraban enfrentamientos entre Carabineros y manifestantes. El olor a lacrimógeno azotaba el ambiente. La pantalla idiota anunciaba especiales sobre el dictador. En el hospital las rubias teñidas y ajadas por el tiempo seguían llorando. Al caer la tarde pensé en Hermógenes Pérez de Arce mirando la ventana y las palabras de Peña retumban cuando el control remoto manda la señal de apagado: “Los chilenos piensan que lo que ocurrió hace 30 años les pasó a otros”. Es hora de aceptar que todo nos pasó a nosotros.