Monday, February 05, 2007

Santiago peinó la muñeca


Durante tres días una marioneta nos hizo soñar con rinocerontes, jugó con nosotros y nos convirtió en niños. El espectáculo que hoy cierra el Festival Santiago a Mil sacó de sus casas a más de 300 mil personas. Aquí un recorrido por las calles de la fiesta.

Por Rodrigo Quiroz / Julio Saavedra

Hasta los guarenes del Mapocho salieron de sus escondites para deleitarse con el paso de la “Pequeña Gigante”. La cara de culo de los transeúntes de Santiago se transformó por tres días en un semblante alegre, tocado por la sorpresa y la magia. La fiesta comenzó la madrugada del miércoles con el hallazgo de micros amarillas volcadas frente a La Moneda. El jueves, los medios de comunicación recogieron caras atónitas de ciudadanos contemplando el “accidente” y la máquina del chamullo chilensis no defraudó: “Es una protesta por el Transantiago...”, dijo la gallá. Ese mismo día, la complicidad entre el espectáculo de la compañía francesa Royal de Luxe y la prensa inyectó fantasía en la gente. Todo el “caos” lo había producido un rinoceronte perdido.

El viernes en la mañana, su dueña –una encantadora muñeca de siete metros de alto– salía a la calle a buscarlo.
Y todos nos buscamos en el asfalto. Porque en el Mercado Central, la masa humana esperó bajo un sol implacable que la Gigante abriera los ojos y se levantara de su silla playera. Los niños trepaban a las rejas del puente de fierro que cruza el oscuro río. Las madres, con sus crías en los hombros, preguntaban: ¿la viste? Algunos lanzas fumaban paraguayo esperando una víctima, los ambulantes ya vendían fotos de la muñeca a luca y los galanes de la Vega dedicaban a las muchachas bellas el piropo perfecto: “Usted sí que es una muñeca”.

Antes que la Presidenta Michelle Bachelet despertará a la “Pequeña...” y que los liliputienses movieran los hilos de su cuerpo, el espectáculo callejero ya había convertido al público en otro espectáculo. Cuando la marioneta se paró por primera vez, el sonido fue un túnel de emoción similar al que se experimenta en la grada de un estadio de fútbol a torso desnudo. Las micros de Carabineros nunca tuvieron tanto pasajero voluntario por la altura de su piso.

Entonces, todo se convirtió en el caos con más ojos brillantes de la historia. Las carreras de los periodistas se mezclaban con los miles de fotógrafos amateurs que seguían a la Gigante a una plazoleta de Recoleta, donde la visita ilustre durmió una siesta y orinó antes de partir a Plaza de Armas.

A esa altura, el teatro se confundía con las artes visuales por la intervención de la ciudad, que se convertía en un territorio mágico, transformándonos a todos en parte de una leyenda. “Es lo mismo que ocurrió con los desnudos de Tunick o la visita del Papa, porque toda la ciudad gira en torno al evento. La muñeca nos ocupa y juega con nosotros. Es la contrapartida de la televisión, que provoca el mismo efecto, con la diferencia que la muñeca te obliga a salir a la calle y a encontrarte con el resto, te obliga a ser multitud”, dice el siquiatra y teatrero Marco Antonio de la Parra.

SUEÑO GIGANTE
Rumbo a Plaza de Armas, la muñeca meció en sus brazos a 20 niños del público. Parecía que Dios hubiese puesto su dedo en la frente de los pendejos. La gente aplaudía agradecida por el pedazo de cielo que unos franceses locos le regalaban. “Esto es similar a algo que es muy ajeno a lo nuestro: el carnaval. Nosotros no tenemos carnaval, no tenemos una fiesta que irrumpa en la ciudad y transforme el espacio. Y ahora la ciudad se enrareció, se volvió delirante”, dice De la Parra mientras camina por la misma con unas sandalias de cuero.

En el kilómetro cero del país, la muñeca se elevó en los aires y danzó provocando ojos de piscina en la gente a punto de lagrimear. Un borracho bailaba a torso desnudo mientras la banda que acompaña el show tocaba un ritmo funk con coros africanos.

El crepúsculo se apoderaba de Santiago y Pedro de Valdivia no podía creer que una micro amarilla descansara a su pies. Bajo la silueta de la Catedral de Santiago recortada bajo la bóveda del cielo, la marioneta se preparó para el descanso. Su catre color mostaza y una camisa de dormir azul la envolvieron en un dulce sueño. En la madrugada del sábado, la gente siguió contemplando a la Gigante. Su sonrisa, los movimientos de su pecho y el ronquido de oso que salía de sus pulmones invisibles, tuvieron retinas en vilo durante toda la madrugada.

La historia de la niña que perseguía al rinoceronte nos convirtió en leyenda. Las calles ya no eran sólo la escenografía de nuestras frustraciones y fracasos, era un territorio mágico.

“Estas intervenciones sanan a la ciudad, producen una maravilla que todos agradecemos. Uno es parte del espectáculo, y además hay gratuidad absoluta, la muñeca es violentamente democrática, no hay manera de lograr un asiento, no hay manera de conseguir una entrada...”, dice De la Parra, almismo tiempo que un vagabundo y su perro miran dormir a la Gigante que nos convirtió en niños. LCD

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